Tato, tecnico de sonido de Cardamomo Flamenco Madrid en su cabina antes de comenzar el Show

Tato, el Artista Invisible: Nuestro técnico de Sonido y Luz en Cardamomo

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En la penumbra de la sala, lejos de los focos que coronan a los artistas, se encuentra la cabina técnica de Cardamomo. Es un santuario de luces tenues y controles silenciosos desde donde se dirige la tormenta emocional del escenario. Allí trabaja Tato, el técnico de luz y sonido, el guardián de la atmósfera del tablao. Hoy no hablamos con el técnico, sino con el artista que se esconde detrás de la mesa de mezclas.

Nos sentamos con Tato en la cabina técnica, antes de que empiece el espectáculo. El ambiente es tranquilo, con el leve zumbido de los equipos.

Pintar con Luz, Sentir con la Mirada

ENTREVISTADOR: Hablemos de tu primer lienzo: la luz. Para muchos, la luz sirve simplemente para ver. Pero en un tablao como este, parece que su función es otra. Para ti, ¿cuál es la verdadera misión de la luz en un espectáculo de flamenco? ¿Qué buscas contar con ella?

TATO: «Para mí, la verdadera misión de las luces es crear sensaciones coloreando la escena y al artista, potenciando así sus intenciones a la hora de bailar. Busco llegar al punto de crear la impresión de un cuadro de museo: sombras, destellos, fulgor, claroscuros, penumbra, profundidad… la impresión.»

ENTREVISTADOR: Hablemos de una herramienta muy poderosa: el foco cenital. Esa única luz que cae desde arriba y aísla por completo al artista. En un arte tan de conjunto, ¿cuándo decides que es el momento de ‘apagar’ el mundo y dejar a un cantaor o a una bailaora en esa soledad lumínica? ¿Qué buscas provocar en el público con eso?

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TATO: «El cenital, la herramienta mágica o secreta. Es el más certero, aunque requiere una buena colocación del artista (risas). Digo esto porque en momentos espontáneos puede ser difícil intuir dónde se colocará el artista, y es importante tenerlo claro. La principal función para mí es iluminar el rostro y el tronco dando una sensación de flotabilidad o ascensión, como si de una divinidad se tratase. Al utilizarlo solo, es el punto más íntimo que se pueda alcanzar y, en consecuencia, fuerzas la atención del público al máximo. Luego, lógicamente, entra en juego el color; cada frecuencia es un mundo.»

Diego Amador, iluminado por el foto cenital en el escenario de Cardamomo

ENTREVISTADOR: Y luego está el contraluz, que es casi una osadía en el flamenco. Es un arte que vive de la expresión del rostro, y esta técnica la oculta por completo. ¿Qué poder tiene para ti una silueta? ¿En qué momentos del espectáculo una sombra puede llegar a contar más que una cara visible?

TATO: «La contra es una aliada para crear incertidumbre, duda, para provocar miedo a lo desconocido, el miedo humano a no ver el rostro. Pero, a la vez, define artísticamente la silueta o el cuerpo humano, detalla cada curva del cuerpo. Es especial visualmente porque dibuja el contorno humano. Utilizarlo al principio, en una escobilla o en una parada, y al final del baile puede ser muy efectivo. También hace que sea posible la progresión artística o rítmica del baile.»

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ENTREVISTADOR: Más allá del blanco de la luz y la oscuridad de la sombra, está el color. El rojo es casi un sinónimo de la pasión flamenca. ¿Cómo decides usar el color? ¿Cómo cambia tu paleta para acompañar la alegría de una bulería frente a la solemnidad de una soleá?

TATO: «El color rojo, un clásico en el género. Los palos en los que uso el rojo son la soleá por bulería y la seguiriya, y en ocasiones también en la soleá. Simplemente, me pega para esos palos. Es algo sinestésico o inefable y, a la vez, no lo es. De alguna manera, creo que relacionamos ese color con el flamenco de forma prácticamente natural o inconsciente, también por el color de la rosa.
Para una soleá por bulería utilizaría rojo-azul o rojo-verde, siempre con cierta progresión, pero buscando una gran importancia de la sombra y la penumbra. Con la alegría, lo contrario: violeta, cyan, azul turquesa… vivacidad en general y bastante luminosidad. Con la soleá, busco penumbra también, pero con una temperatura muy cálida, sombría, como si se iluminara con velas o candilejas, simulando estar en una casa antigua de principios de siglo._»

La silueta de una bailaora de flamenco a contraluz en el escenario de Cardamomo. Su figura se recorta sobre un intenso fondo rojo, mostrando el poder de la iluminación artística en el Cardamomo.

Esculpir el Sonido, Tejer el Duende

ENTREVISTADOR: Si la luz guía la vista, el sonido va directo al corazón. En el escenario hay cante, guitarra, palmas, cajón, zapateado… un universo sonoro que podría ser caótico. ¿Cuál es tu filosofía para que todo eso no sea ruido, sino una conversación perfectamente equilibrada?

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TATO: «Lo primero es tener buenos músicos que traten de entenderse entre ellos (risas). No se puede conseguir un buen sonido si no hay simbiosis y énfasis entre ellos. A partir de ahí, necesitas buena acústica, después buen equipo sonoro y, finalmente, una buena mezcla de audio y sonido. Por supuesto, es algo que no se puede hacer si no se entiende, en este caso, el flamenco. Dudo que se pueda hacer matemáticamente. Tratamos de potenciar la música del elenco con el sonido, incluso entrando en lares más creativos como el cambio en el uso de la reverb o el delay. El equilibrio reside en tener el control técnico, primeramente del escenario y siguiendo por la P.A. (el sistema de sonido principal), hasta tener la creatividad en el uso de la tímbrica, la dinámica, el estéreo y los efectos.»

ENTREVISTADOR: Nos han contado un secreto: el suelo de Cardamomo está microfonado. Es una obsesión por el detalle que impresiona. ¿Por qué esa necesidad de captar el sonido de la madera? ¿Qué buscas que sintamos con el zapateado que no sea solo un golpe rítmico?

TATO: «La acústica arquitectónica que deberíamos tener para no microfonear el suelo sería como la de las pirámides de Egipto (risas). Quiero decir que, cuando es para un público, lo primero que necesitas es que el suelo esté construido como un instrumento para que resuene bien naturalmente, y luego es cuando sonorizaríamos dicho instrumento. Lo que busco a la hora de detallar el sonido es simular lo que siente una bailaora o un bailaor cuando taconea, aplicando incluso técnicas que te hacen percibir microdetalles a la hora de escuchar. Eso hará que lo sientas más de cerca.»

ENTREVISTADOR: Se dice que un buen técnico de sonido usa la ecualización como un escultor su cincel. ¿Puedes darnos un ejemplo práctico? ¿Qué ‘quitas’ o ‘pules’ del sonido de una guitarra en una falseta suave, y qué ‘realzas’ o ‘profundizas’ en la voz rota de un cantaor en una seguiriya?

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TATO: «El ecualizador es nuestra herramienta para incrementar o reducir frecuencias de cada instrumento. Realmente hablaríamos de saturación tonal, pero no se entendería (risas). Dentro de la cualidad básica en la música que es el timbre, entendamos que podemos moldearlo como si de una pieza de arcilla se tratase. Entendamos, como ejemplo, que cada guitarra, cada voz, cada artista, cada sitio, cada equipo de sonido, cada día es diferente… La dificultad de un directo es saber qué hacer en cada momento sin dudarlo. En general, lo primero que haríamos es quitar los posibles problemas sonoros o de audio que se puedan generar, y después trataremos de traducir las cualidades y calidades de los artistas de la manera más fiel posible.»

Equipo y mesa de sonido de Cardamomo Flamenco Madrid

El Músico en la Sombra

ENTREVISTADOR: Todo esto cobra vida en el directo, donde nada está escrito. El flamenco es improvisación pura. Un cantaor se rompe, una bailaora arranca un zapateado inesperado… Tú no puedes seguir un guion. ¿Cómo vives esa tensión desde la cabina? ¿Te sientes un artista más, improvisando con ellos en tiempo real?

TATO: «La tensión que crea esa incertidumbre artística es lo que te hace mantenerte atento, y esa adrenalina es lo que lo hace divertido. No digo que el estrés que puede generarse en ocasiones sea de buen agrado (risas), pero estar encima, teniendo la misma responsabilidad de gestionar las señales de los micrófonos, monitores, P.A. y demás, lo hace especial y divertido.
Por supuesto, me siento como otro artista, aunque en general nuestro trabajo no se reconoce ni agradece por norma. La mezcla sonora es un arte muy complicado; siempre digo que el sonido no se ve con los ojos, de ahí que, sin duda, sea muy abstracto. Cada vez que opero flamenco, me siento responsable de traducir al sonido las emociones, los trazos y la unión que hay entre los músicos. Hay que entrar en sinestesia para poder realizarlo. Como ejemplo, el movimiento de una bailaora o la emoción que nace en un momento determinado del show puede determinar cuánto alargo la reverb de una voz, o cómo de suave o agresivo dejo un elemento. Creo que todos estos aspectos se deciden o se determinan tan bien como entiendas el género, cada artista y cada momento… Lógicamente, todo es empírico.»

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ENTREVISTADOR: Y esa conexión con los artistas, ¿cómo se construye? ¿Hay un plan detallado antes de cada noche, hay miradas cómplices durante el show, o es pura intuición desarrollada a base de compartir muchas noches de duende?

TATO: «Se construye teniendo claro que el duende existe, y nos une, claro. No obstante, siempre tiene que existir una experiencia propia, una formación, una carrera, un estilo… pero en directo, todo lo que no se monte previamente se rige por la conexión entre el mezclador y el músico. Solamente con la vista ya existe un lenguaje; de ahí que se diga que «se ecualiza con los ojos». Pero todo ello se consigue por muchas habilidades que se desarrollan y aprenden únicamente haciendo y haciendo directos.»Sala de Cardamomo Flamenco desde la cabina del técnico de Sonido

Cierre: La Magia Revelada

ENTREVISTADOR: Al final de la noche, cuando el público estalla en aplausos para los artistas del escenario, ¿en qué te fijas tú para decir «esta noche, el trabajo está bien hecho»? ¿Cuál es tu aplauso silencioso?

TATO: «En general, el público que ovaciona al acabar el acto o un mero remate, corrobora que el show o la acción transmite. Y ahí ya tendríamos claro que ha funcionado y que nuestro propósito en un negocio así, en el que el cliente tiene que quedar satisfecho, está bien hecho.
Pero aquí se puede abrir otro frente, que es el del nivel artístico o disciplinario. Supongo que, como artistas que trabajamos con música y baile, conforme más pase el tiempo, mejores queremos ser en nuestro campo. Con esto quiero decir que se da el caso de que el público que entra a ver el show no tiene por qué tener nivel en la materia. Con lo cual, ¿podemos pensar que es fácil sorprenderles sabiendo que el arte es tan subjetivo? Lo que sorprende a uno, a lo mejor a otro no. Por lo tanto, seguramente el show en general siempre funciona, pero… ¿fijarnos en la respuesta del público será determinante para saber si hay arte de verdad? ¿O tendríamos que escuchar o sentir nuestra propia impresión para sacar en claro cuán importante es?»

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ENTREVISTADOR: Para terminar, Tato. Imagina que pudieras susurrarle algo al oído a cada persona que entra por la puerta de Cardamomo, para que abran no solo los ojos y los oídos, sino también el alma a tu trabajo invisible. ¿Qué les dirías?

TATO: «Pues, sin chiste, les diría que mientras se desarrolla el show, no hablen con sus compañeros. Que apagaran los móviles para ver el show con los ojos y así entender la progresión y el conjunto de los bailes. Y que aplaudieran si es lo que les nace… (Risas).»

(El entrevistador agradece a Tato. La conversación termina justo cuando los primeros acordes de guitarra empiezan a sonar para la prueba de sonido, y la cabina de Tato vuelve a la vida).

Ya conoces el secreto mejor guardado de Cardamomo: el arte invisible de Tato. Su luz no ilumina, cuenta historias. Su sonido no amplifica, teje emociones.

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La magia te espera. El escenario está listo. Y la cabina, también.

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